El jueves parece diluirse en el trajín cotidiano de una semana que va llegando a su término. Los editores de LA GACETA se apuran por enviar las páginas del diario a imprimir, procuran mantener el sitio digital actualizado y todo indica que la jornada va a finalizar sin sobresaltos. Hasta que los teléfonos empiezan a vibrar. Una imagen que circula por Whatsapp a una velocidad pasmosa muestra algo que impacta: es una captura de video algo borrosa en la que se advierte que alguien pone muy cerca del rostro de Cristina Fernández de Kirchner algo parecido a una pistola. De golpe, la adrenalina estalla. La noticia está ahí, en las imágenes captadas por los celulares de las personas que esperaban en los alrededores del departamento de Cristina y que terminan convirtiéndose en los reporteros casuales que registran el hecho. La verdadera labor de los periodistas comenzará inmediatamente después: verificar los datos, investigar los acontecimientos y jerarquizar la información para darle sentido a una realidad tan confusa y vertiginosa.

El ejemplo hace referencia a lo que ocurrió el 1 de septiembre de este año en el barrio de Recoleta, en Buenos Aires, cuando intentaron asesinar a la Vicepresidenta. Más allá de las simpatías o de las diferencias políticas, sin dudas fue una noticia potente. Y en este caso sirve para analizar la realidad que atraviesan los medios de comunicación. Se puede decir que hoy es el ciudadano el que se encarga de la “foto” de los hechos y el periodista, de la “radiografía”. Pero vamos por partes.

Credibilidad

En la actualidad, el concepto de “diario” es mucho más que un conjunto de páginas de papel que condensan algunas noticias que ocurrieron en las últimas 24 horas. Numerosas marcas periodísticas prestigiosas (por ejemplo, The New York Times, The Washington Post, The Times y El País, en el hemisferio norte; LA GACETA, La Nación, Clarín y La Voz, entre otros por estas tierras) se han convertido en productoras de contenidos informativos que se distribuyen a audiencias cada vez más diversas mediante distintas plataformas: el papel, los sitios web, las redes sociales, los newsletters, la televisión y los podcast. El usuario elige aquella con la que se siente más cómodo. En ese contexto, cada una posee sus propios objetivos y desafíos. Acá nos vamos a concentrar en los que enfrenta el diario de papel que, en nuestro caso, alcanza hoy sus 40.000 ediciones en 110 años de vida editorial.

Hasta hace algún tiempo, el panorama para la industria lucía sombrío. Sin embargo, eso ha comenzado a cambiar. Es notable como, frente a hechos extraordinarios, las audiencias se vuelcan masivamente a las marcas prestigiosas para buscar información verificada. Es decir, en un mundo signado por las redes sociales, la inmediatez, las polarizaciones y las informaciones falsas, los medios tradicionales siguen siendo un baluarte de credibilidad. Ahí tallan fuerte los diarios impresos. Ya veremos por qué

Al mismo tiempo, la demanda de información es más grande que nunca. Los periodistas jamás tuvimos tantos lectores como ahora. La prueba de esto fue la pandemia, que disparó el tráfico de noticias. Ante lo desconocido, frente al miedo y la incertidumbre, los seres humanos se volcaron en masa a las marcas que construyeron una trayectoria asociada al periodismo de calidad. LA GACETA es parte de este fenómeno.

Libertad

En los últimos 15 años los cambios fueron descomunales: en el pasado eran los medios los que tenían el monopolio de la información. Hoy eso ha variado: las noticias se distribuyen vertiginosamente en las redes y un individuo con un teléfono en la mano puede registrar los hechos casi en tiempo real (el atentado a Cristina es el mejor ejemplo). Paradójicamente, este -ya no tan- nuevo paradigma reconfirma la esencia de la prensa tradicional: investigar, verificar, publicar únicamente información debidamente contrastada y jerarquizarla. Este último concepto es muy importante. En realidades tan cambiantes y confusas, el lector encuentra en los diarios una serie de hechos ordenados de acuerdo con criterios entre los que siempre prima la cercanía con la audiencia y la relevancia social, política o económica de cada acontecimiento. Es decir, le brindan un marco a una realidad que de otro modo sería inasible.

Hoy, en plena era digital y rumbo a los metaversos, el rol de los diarios impresos se mantiene inalterable: le dan al lector la posibilidad de validar los hechos, de entenderlos en sus respectivos contextos, de conocer aquello que el poder busca ocultar, de escuchar voces plurales (es decir, todas las partes de una historia) y de encontrar informaciones que los ayuden a tomar decisiones. En definitiva, de ejercer su libertad. Para ello cuentan con un gran aliado: el tiempo. A diferencia de sus colegas de otras plataformas, como la TV, las redes o los sitios digitales, el periodista que aún escribe en “papel” suele disponer de más horas para desmenuzar los acontecimientos, ya que la inmediatez lo corre con un poco menos de insistencia. Pero atención: este aspecto tampoco escapa de las transformaciones. Hoy es difícil gestionar redacciones divididas en compartimentos estancos (por un lado el papel; por el otro, digital o redes, por ejemplo). Uno de los desafíos es lograr unificar los flujos de trabajo para responder a la demanda informativa con más eficiencia. El otro es mantener en alto el compromiso con la calidad en entornos tan cambiantes.

Independencia

Realizar esta tarea de manera independiente del poder de turno (es decir, sin condicionamientos) también es un desafío, porque es necesario contar con compañías solventes financieramente. Hacer buen periodismo es caro (en términos de recursos humanos, estructura y tecnología). Es por eso que, en la búsqueda por diversificar los modelos de negocios, hoy se apuesta con fuerza a generar nuevos ingresos mediante las suscripciones digitales, que se complementan con el negocio de los diarios impresos.

En un país y -puntualmente- en una provincia con muy baja calidad institucional (un año más se va sin Ley de Acceso a la Información Pública y los hostigamientos y las persecuciones a los periodistas, como Irene Benito, continúan) el buen periodismo adquiere un rol preponderante. En este contexto toma relevancia la sentencia de Marty Baron, ex director de The Washington Post: “la principal misión del periodismo es que sirva para que las instituciones y el poder rindan cuentas de sus actos a los ciudadanos”. Hacia allá vamos.